jueves, 11 de julio de 2013

Los testimonios de la segunda audiencia

La segunda jornada del juicio comenzó a las 11.30, una hora después de lo esperado.
En primer lugar, se supo que la testigo Gladys Elda Rodríguez Mir no se presentaría a declarar por razones de salud, por lo que se espera que en la próxima audiencia se incorpore su testimonio por lectura, de acuerdo con lo solicitado por las partes.
A continuación, el primer testigo en declarar fue Gustavo López Garmendia, quien conoció a María Leonor Abinet desde su adolescencia. Lo unía a ella y a toda su familia una relación de amistad. Recordó que Mara, como llamaba a María Leonor, había militado en FAR y luego en Montoneros. En febrero de 1976 conoció a su compañero Bocha, Miguel Ángel Gallinari, al encontrarse con la pareja en Villa Gesell. En esa oportunidad comieron, charlaron y pasaron el día juntos. Volvió a ver a Mara un mes antes de su desaparición en la casa de Leonor, la madre de Mara, en una reunión familiar. Rememoró que fue un encuentro en el que se percibía gran tensión, ya que Mara estaba embarazada y su compañero se encontraba desaparecido; la joven estaba preocupada por su seguridad y la de sus hijas. Entonces fue cuando Gustavo le ofreció vivir con él y su mujer en su casa en Capital Federal. María Leonor aceptó y permaneció allí con sus hijas cerca de un mes; al mismo tiempo fue perdiendo la conexión con sus compañeros de militancia. Gustavo recordó esa época como un período en el que charlaron mucho y compartieron sus experiencias sobre lo que iban viviendo. Después de transcurrido un mes, María Leonor decidió mudarse a la pensión que poseía una tía suya, Olga, en Caseros, ya que allí además tendría ayuda al llegar el momento del parto. Una semana después de que María Leonor se mudó allí, su hermano Guillermo le hizo saber a Gustavo que Leonor había sido secuestrada y al día siguiente supo del secuestro de Mara; en aquel momento no supo detalles de lo que sucedió con las dos pequeñas hijas de su amiga. Con mucha emoción Gustavo recordó el momento en el que encontraron a Elena y también narró, muy conmovido, cómo pudo transmitirle a ella todo el afecto que lo unió a su madre.
La siguiente testigo en declarar fue María Monserrat Fernández Fernández, amiga de María Leonor Abinet y esposa del anterior testigo. Su relación databa de la infancia, pues había sido compañera en la primaria de las hermanas de Mara. Durante años dejaron de verse, pero se reencontró en 1974 en Villa Gesell y a partir de allí retomó el vínculo. En aquel momento sabía que Mara estaba militando. En febrero de 1976 conoció a su compañero, Miguel Ángel Gallinari con el apodo de Bocha; recordó entonces el mismo episodio que su marido, un día de asado y charla, ya que Mara y Bocha partían ese mismo día. También refirió con mucha emoción el período que María Leonor pasó en su casa y la angustia que vivió al haber sido secuestrado Bocha y perder contacto con sus compañeros. Por aquel entonces además -fines de agosto, comienzo de septiembre de 1976-, su embarazo seguía adelante pero con muchas contracciones. María Leonor decidió irse de la casa de sus amigos por razones de seguridad; tenía una tía y un obstetra conocido que podría atenderla. Una semana después fue secuestrada. Como su marido, primero supo que habían secuestrado a Leonor, la madre de Mara, y luego a ella. Destacó que Leonor, una vez liberada, buscó permanentemente tanto a su hija como al nieto o nieta que debía nacer; en su exilio en España pensó que tendría más posibilidades de hacerlo; en Argentina se contactó con organismos de Derechos Humanos para averiguar. María Monserrat conoció a Elena tiempo después de su restitución, en un encuentro familiar en la casa de Guillermo, hermano de Mara. Mucho tiempo después también tuvo la oportunidad de poder hablar con Elena sobre el afecto que ambos padres se tenían y tenían por el hijo o hija que estaban esperando.
El tercer testigo en declarar fue Hernán Santiago Páez Moritán, quien relató que primero conoció a María Leonor, con el nombre de Mafalda, en agosto de 1973 aproximadamente. Él tenía militancia en la JP de Gral. Sarmiento, Provincia de Buenos Aires y actividades políticas comunes en la zona con Mafalda. En septiembre de ese año se dio la fusión entre FAR y Montoneros. Más adelante, en el verano de 1976, se encontró con Mafalda en la estación de San Miguel. Allí le presentó a su compañero Miguel Ángel Gallinari, Bocha, con quien se había conocido en la JTP (Juventud Trabajadora Peronista). Hernán tenía además una relación familiar, ya que su hermana menor estaba casada con un hermano de Mafalda. Recordó también que él se retiró de Montoneros; no obstante, la relación y el contacto con María Leonor continuó. En una oportunidad la encontró casualmente en el tren; bajaron ambos en la estación Caseros. Era entonces julio de 1976 y Mafalda, contenta por el embarazo que ya se le notaba, le contó cómo habían secuestrado a Bocha cuando estaban mudando cosas de su casa de Los Polvorines: iban en el colectivo 740 y en una zona descampada había una pinza del ejército. Detuvieron a Miguel Ángel y ella continuó con sus hijas. Meses después, en noviembre o diciembre de ese año, Hernán tuvo conocimiento de que Mafalda había sido secuestrada. Refirió que en mayo de 1976 un grupo de maestras allegadas a María Leonor fueron secuestradas también.
En cuarto lugar declaró Juan Carlos Centeno, gran amigo de Miguel Ángel Gallinari, a quien conoció en los años 1969-1970 haciendo teatro en una sala de ensayo en Callao 35 de Capital Federal. Recordó con mucho cariño que Miguel Ángel fue la primera persona que lo saludó en Buenos Aires, cuando era un recién llegado; también compartían el gusto por el fútbol y el mismo equipo. Juan Carlos comenzó a militar en la JP y Miguel Ángel se sumó más tarde. Mientras militaban en el barrio de Mataderos, Miguel Ángel consiguió un trabajo en Zona Norte; entonces pasó a militar en la JTP y a ser delegado en su lugar de trabajo. Cuando conoció a María Leonor, le contó que se trataba de una relación que iba muy en serio; era la mujer con la que quería tener hijos. Por este motivo se reunieron en Villa Celina León, Carlos, Miguel Ángel, María Leonor y él, para hacer un asado y festejar la tan esperada paternidad de Miguel Ángel. Con mucho dolor Juan Carlos recordó que de aquel grupo de jóvenes sólo él estaba vivo. Esa fue la última vez que vio a su amigo y su compañera. Supo del secuestro de Bocha recién pasados unos años; al volver la democracia, en una marcha, supo por Analía, la hermana de Bocha, que estaban por restituir a Elena. Muchos años antes, en aquel asado, Juan Carlos supo que si era niño lo llamarían Silvano y si era niña, Elena. Finalmente la conoció en la casa del tío Guillermo, el tío. Recordó cómo la niña, abrazándolo, le dijo que recorrería el mundo entero para buscar a sus padres.
La quinta testigo en declarar fue María Magdalena Abinet, tía materna de Elena. En primer lugar destacó que en su familia primaron siempre la verdad, la libertad, la solidaridad, el ver lo que el otro necesita; con esos valores crecieron ella y sus hermanos. María Leonor, Mara, fue docente de primaria, secundaria y en la universidad. Con ella compartía la misma habitación y la ayudaba en los trabajos que tenía que hacer para las distintas escuelas; Mara se dedicaba a sus alumnos, con mucho compromiso. Era una buena hermana, madre, una excelente persona. Militó en CTERA y en Montoneros hasta su desaparición. Cuando Mara conoció a Bocha, éste se relacionó también con toda la familia. En junio de 1976 Mara y Bocha vivían en una casita alquilada; en esa época lo secuestraron y todos vivieron momentos de mucha incertidumbre y dolor. Mara les avisó por teléfono sobre el secuestro de su compañero. Poco tiempo después llamaron al marido de Magdalena desde la Comisaría de Bella Vista, ya que la garantía de aquella casita, que había sido desecha a los tiros y saqueada, estaba a su nombre. Cuando visitaron el lugar quedaba poco de lo que había sido. Una vecina les contó que la casa era vigilada permanentemente. Mara vivió angustiada, viviendo en distintos lugares, pero siempre negándose a abandonar el país; quería que sus hijas crecieran en su país, que mantuvieran el contacto con la familia. La vio por última vez una semana antes de su secuestro. Cerca del 20 de septiembre de 1976 Magdalena fue a casa de su madre, Leonor, y la encontró tirada en la cama, golpeada, con tres costillas rotas. Entonces supo que tanto su madre como su hermana habían sido secuestradas el mismo día y que habían permanecido en el mismo lugar. Leonor fue liberada, y conservó como prueba del cautiverio de su hija un rosario y cruz hechos con soga por Mara, que le fue entregado por los hombres que participaban de su detención. Después de ser liberada, Leonor inició la búsqueda de su hija; consultó al Obispo de San Miguel, presentó recursos de Hábeas Corpus, concurrió a la Plaza de Mayo, conoció a las Madres y se unió a las Abuelas; nunca paró de buscar a su hija y a su nieta. Magdalena conoció a su sobrina en el juzgado de Borrás, en La Plata. Ese día concurrió con su hijo menor, que contaba con tres años entonces. Recordó que fue un largo día, en el que veían como el personal del juzgado entraba y salía y ellos esperaban ansiosamente por conocer a su pequeña sobrina. Su hijo lloró y Elena preguntó quién era; quiso conocerlos: allí estaba la niña con su delantal café con leche, los miró y aseguró: Sí, soy de ustedes, después de haberlos mirado atentamente uno por uno. Después de ese encuentro, la inserción de Elena en la familia fue fabulosa y en el primer año vivió muchos cambios, ya que lo que la niña había vivido hasta entonces era muy negativo; nunca había vivido un cumpleaños con alegría, con la libertad de poder invitar a quien quisiera. Lo que resultó angustiante para todos fue la privación de la identidad, las trabas que tuvo Elena durante muchos años para que sus verdaderos datos filiatorios fueran reconocidos por el Estado, lo que le robó la posibilidad de vivir muchos momentos de manera normal, ejerciendo la plenitud de sus derechos. Su familia le hizo saber que su madre luchó mucho por ella y que fue una niña muy buscada por toda la familia. Finalmente, Magdalena agradeció la oportunidad de ser escuchada y de poder reivindicar a su hermana, a quien le quitaron la posibilidad de ver crecer a sus hijas.
Después de un cuarto intermedio no muy extenso, se escuchó la declaración de Analía Bernarda Gallinari, tía paterna de Elena. Comenzó relatando que su hermano Miguel Ángel, Bocha, trabajó hasta 1975 en TENSA, una fábrica metalúrgica que, a fines de la década del ´70 contaba con una gran proporción de empleados desaparecidos. Sabía que Mara y Bocha militaban en Montoneros. Luego recordó que vio a su hermano por última vez el día del padre del año 1976, en junio. A la semana siguiente fue secuestrado en Campo de Mayo mientras iban en colectivo a su casa en San Miguel. Ella tenía entonces 12 años y vivía con sus padres. Supo que su hermano pudo escapar del lugar en el que estaba detenido diez días después. Pero dos semanas más tarde fue secuestrado nuevamente. Su padre presentó un recurso de Hábeas Corpus en los juzgados de San Martín. Sin embargo, pasaron los años y no tuvieron conocimiento de más datos sobre lo sucedido con Miguel Ángel. Después de su secuestro, Mara concurría con mucha asiduidad a la casa de sus suegros, ya que vivía en una pensión cercana. La noche anterior a su secuestro, Mara cenó con la familia Gallinari. Al día siguiente, por la mañana, una vecina llegó con las hijas de Mara y supieron entonces que la joven había sido secuestrada. Analía rememora que el hijo o hija de Mara era muy esperado por los Gallinari, ya que sus padres no tenían nietos aún. Su madre, la abuela de Elena, conservó durante mucho tiempo el ajuar que había hecho para cuando naciera. En los años siguientes, Analía se relacionó mucho con Leonor Alonso, la mamá de Mara y en los años subsiguientes se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo, tomando un contacto más cercano con la actividad de búsqueda de niños desaparecidos. Afirmó que esto la ayudó a entender muchas cosas que sucedieron cuando apareció Elena, ya que hasta el momento todos los niños y niñas encontradas por las Abuelas habían podido vivir, en mayor o menor medida, algún tiempo con sus padres. Elena, en cambio, nació durante el secuestro de su madre, en un lugar por el momento desconocido; nunca había estado con su familia y sólo tenía la vivencia de su madre cuando aún estaba en su vientre. Indicó también que sus padres sintieron alegría por conocer a su nieta, pero también mucho pesar por confirmar que su hijo estaba desaparecido. Por su parte, Analía vivió la restitución de Elena con mucha alegría y fue recordando algunas vivencias de su sobrina, quien poco a poco fue incorporando a sus padres y las incógnitas de su historia en sus dibujos. También que entre las primeras preguntas que Elena formuló, estuvo la de si sus apropiadores habían matado a sus padres.
Destacó el apoyo incondicional de Abuelas, la labor de todos los profesionales que los rodearon y acompañaron en la experiencia y el amor que rodeó toda la búsqueda y los esfuerzos hechos. En cuanto a su hermano, después de la restitución de Elena, a través de una denuncia anónima, supieron que el nombre de Bocha estaba registrado en el libro del Cementerio Santa Mónica de Merlo, Provincia de Buenos Aires. Presentaron un recurso con el patrocinio de Mirta Guarino, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, solicitando la medida de no innovar sobre las sepulturas en cuestión. Descubrieron en 1989 un expediente judicial en el que constaban las actuaciones policiales de la época y fotos del lugar en el que encontraron a su hermano sin vida; determinaron que los restos de Miguel Ángel ya no se encontraban en el sitio registrado, pues habían pasado a un osario común.
A continuación declaró Ana Luisa Desmarchelier, esposa de Guillermo, tío materno de Elena. Se centró fundamentalmente en el proceso de integración que vivió Elena con su familia. Se refirió a la nueva vida que representaba para la niña convivir con su tío, su esposa y sus primos, quienes la acogieron con mucho amor y alegría. Destacó que en los primeros tiempos a Elena todo le llamaba la atención, ya que encontraba el nuevo modo de vivir opuesto al que había experimentado hasta entonces: pudo invitar a quien quiso a sus cumpleaños, vestirse con ropa colorida, hablar en la mesa con quienes la compartía, tomar sol. Muy pronto Elena aceptó todo lo nuevo; en sus cuadernos escribió su verdadero nombre. Todos le confirmaban el amor con el que sus padres la esperaban. Pero diez años de vida con su familia le habían sido robados. Ana indicó que Elena parecía querer volver el tiempo atrás, ya que tenía ciertas reacciones que correspondían a etapas anteriores de la infancia: el reconocimiento del cuerpo propio y ajeno, las preguntas sobre el origen y el nacimiento. Destacó además que Elena venía con muchos miedos. Uno de ellos se reavivó cuando Madrid comenzó a llamar por teléfono a su casa. Sus temores rondaban la idea de ser secuestrada nuevamente. Por su parte, su familia le transmitía en todo momento confianza y la seguridad de que estaban a su lado para defenderla.
Por último, se presentó la señora Azucena Rosa de Gómez, vecina y amiga de la médica Kirilosky, para asegurar que ésta es una “excelente persona”. La médica vive en el mismo domicilio desde el año 1979, estaba separada, tenía dos hijas y, según su vecina, siempre llevó una vida común. Esta última no hizo ninguna referencia a los certificados falsos de nacimiento suscriptos por la imputada.

Se pasó a un cuarto intermedio hasta el próximo viernes 12 de julio de 2013 a las 10.00 hs. Se espera para entonces la incorporación de prueba, los alegatos de las partes y el veredicto.

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