La segunda jornada
del juicio comenzó a las 11.30, una hora después de lo esperado.
En primer lugar, se
supo que la testigo Gladys Elda
Rodríguez Mir no se presentaría a declarar por razones de salud, por lo que
se espera que en la próxima audiencia se incorpore su testimonio por lectura,
de acuerdo con lo solicitado por las partes.
A continuación, el
primer testigo en declarar fue Gustavo
López Garmendia, quien conoció a María Leonor Abinet desde su adolescencia.
Lo unía a ella y a toda su familia una relación de amistad. Recordó que Mara,
como llamaba a María Leonor, había militado en FAR y luego en Montoneros. En
febrero de 1976 conoció a su compañero Bocha, Miguel Ángel Gallinari, al
encontrarse con la pareja en Villa Gesell. En esa oportunidad comieron,
charlaron y pasaron el día juntos. Volvió a ver a Mara un mes antes de su
desaparición en la casa de Leonor, la madre de Mara, en una reunión familiar.
Rememoró que fue un encuentro en el que se percibía gran tensión, ya que Mara
estaba embarazada y su compañero se encontraba desaparecido; la joven estaba
preocupada por su seguridad y la de sus hijas. Entonces fue cuando Gustavo le
ofreció vivir con él y su mujer en su casa en Capital Federal. María Leonor aceptó
y permaneció allí con sus hijas cerca de un mes; al mismo tiempo fue perdiendo
la conexión con sus compañeros de militancia. Gustavo recordó esa época como un
período en el que charlaron mucho y compartieron sus experiencias sobre lo que
iban viviendo. Después de transcurrido un mes, María Leonor decidió mudarse a
la pensión que poseía una tía suya, Olga, en Caseros, ya que allí además
tendría ayuda al llegar el momento del parto. Una semana después de que María
Leonor se mudó allí, su hermano Guillermo le hizo saber a Gustavo que Leonor
había sido secuestrada y al día siguiente supo del secuestro de Mara; en aquel
momento no supo detalles de lo que sucedió con las dos pequeñas hijas de su
amiga. Con mucha emoción Gustavo recordó el momento en el que encontraron a
Elena y también narró, muy conmovido, cómo pudo transmitirle a ella todo el
afecto que lo unió a su madre.
La siguiente
testigo en declarar fue María Monserrat
Fernández Fernández, amiga de María Leonor Abinet y esposa del anterior
testigo. Su relación databa de la infancia, pues había sido compañera en la
primaria de las hermanas de Mara. Durante años dejaron de verse, pero se
reencontró en 1974 en Villa Gesell y a partir de allí retomó el vínculo. En
aquel momento sabía que Mara estaba militando. En febrero de 1976 conoció a su
compañero, Miguel Ángel Gallinari con el apodo de Bocha; recordó entonces el
mismo episodio que su marido, un día de asado y charla, ya que Mara y Bocha
partían ese mismo día. También refirió con mucha emoción el período que María
Leonor pasó en su casa y la angustia que vivió al haber sido secuestrado Bocha
y perder contacto con sus compañeros. Por aquel entonces además -fines de
agosto, comienzo de septiembre de 1976-, su embarazo seguía adelante pero con
muchas contracciones. María Leonor decidió irse de la casa de sus amigos por
razones de seguridad; tenía una tía y un obstetra conocido que podría
atenderla. Una semana después fue secuestrada. Como su marido, primero supo que
habían secuestrado a Leonor, la madre de Mara, y luego a ella. Destacó que
Leonor, una vez liberada, buscó permanentemente tanto a su hija como al nieto o
nieta que debía nacer; en su exilio en España pensó que tendría más
posibilidades de hacerlo; en Argentina se contactó con organismos de Derechos
Humanos para averiguar. María Monserrat conoció a Elena tiempo después de su
restitución, en un encuentro familiar en la casa de Guillermo, hermano de Mara.
Mucho tiempo después también tuvo la oportunidad de poder hablar con Elena
sobre el afecto que ambos padres se tenían y tenían por el hijo o hija que
estaban esperando.
El tercer testigo
en declarar fue Hernán Santiago Páez
Moritán, quien relató que primero conoció a María Leonor, con el nombre de
Mafalda, en agosto de 1973 aproximadamente. Él tenía militancia en la JP de Gral. Sarmiento,
Provincia de Buenos Aires y actividades políticas comunes en la zona con
Mafalda. En septiembre de ese año se dio la fusión entre FAR y Montoneros. Más
adelante, en el verano de 1976, se encontró con Mafalda en la estación de San
Miguel. Allí le presentó a su compañero Miguel Ángel Gallinari, Bocha, con
quien se había conocido en la JTP
(Juventud Trabajadora Peronista). Hernán tenía además una relación familiar, ya
que su hermana menor estaba casada con un hermano de Mafalda. Recordó también
que él se retiró de Montoneros; no obstante, la relación y el contacto con
María Leonor continuó. En una oportunidad la encontró casualmente en el tren;
bajaron ambos en la estación Caseros. Era entonces julio de 1976 y Mafalda, contenta
por el embarazo que ya se le notaba, le contó cómo habían secuestrado a Bocha
cuando estaban mudando cosas de su casa de Los Polvorines: iban en el colectivo
740 y en una zona descampada había una pinza del ejército. Detuvieron a Miguel
Ángel y ella continuó con sus hijas. Meses después, en noviembre o diciembre de
ese año, Hernán tuvo conocimiento de que Mafalda había sido secuestrada.
Refirió que en mayo de 1976 un grupo de maestras allegadas a María Leonor
fueron secuestradas también.
En cuarto lugar
declaró Juan Carlos Centeno, gran
amigo de Miguel Ángel Gallinari, a quien conoció en los años 1969-1970 haciendo
teatro en una sala de ensayo en Callao 35 de Capital Federal. Recordó con mucho
cariño que Miguel Ángel fue la primera persona que lo saludó en Buenos Aires,
cuando era un recién llegado; también compartían el gusto por el fútbol y el
mismo equipo. Juan Carlos comenzó a militar en la JP y Miguel Ángel se sumó más tarde. Mientras
militaban en el barrio de Mataderos, Miguel Ángel consiguió un trabajo en Zona
Norte; entonces pasó a militar en la
JTP y a ser delegado en su lugar de trabajo. Cuando conoció a
María Leonor, le contó que se trataba de una relación que iba muy en serio; era
la mujer con la que quería tener hijos. Por este motivo se reunieron en Villa
Celina León, Carlos, Miguel Ángel, María Leonor y él, para hacer un asado y
festejar la tan esperada paternidad de Miguel Ángel. Con mucho dolor Juan
Carlos recordó que de aquel grupo de jóvenes sólo él estaba vivo. Esa fue la
última vez que vio a su amigo y su compañera. Supo del secuestro de Bocha
recién pasados unos años; al volver la democracia, en una marcha, supo por
Analía, la hermana de Bocha, que estaban por restituir a Elena. Muchos años
antes, en aquel asado, Juan Carlos supo que si era niño lo llamarían Silvano y
si era niña, Elena. Finalmente la conoció en la casa del tío Guillermo, el tío.
Recordó cómo la niña, abrazándolo, le dijo que recorrería el mundo entero para
buscar a sus padres.
La quinta testigo
en declarar fue María Magdalena Abinet,
tía materna de Elena. En primer lugar destacó que en su familia primaron
siempre la verdad, la libertad, la solidaridad, el ver lo que el otro necesita;
con esos valores crecieron ella y sus hermanos. María Leonor, Mara, fue docente
de primaria, secundaria y en la universidad. Con ella compartía la misma
habitación y la ayudaba en los trabajos que tenía que hacer para las distintas
escuelas; Mara se dedicaba a sus alumnos, con mucho compromiso. Era una buena
hermana, madre, una excelente persona. Militó en CTERA y en Montoneros hasta su
desaparición. Cuando Mara conoció a Bocha, éste se relacionó también con toda
la familia. En junio de 1976 Mara y Bocha vivían en una casita alquilada; en
esa época lo secuestraron y todos vivieron momentos de mucha incertidumbre y
dolor. Mara les avisó por teléfono sobre el secuestro de su compañero. Poco
tiempo después llamaron al marido de Magdalena desde la Comisaría de Bella
Vista, ya que la garantía de aquella casita, que había sido desecha a los tiros
y saqueada, estaba a su nombre. Cuando visitaron el lugar quedaba poco de lo
que había sido. Una vecina les contó que la casa era vigilada permanentemente.
Mara vivió angustiada, viviendo en distintos lugares, pero siempre negándose a
abandonar el país; quería que sus hijas crecieran en su país, que mantuvieran
el contacto con la familia. La vio por última vez una semana antes de su
secuestro. Cerca del 20 de septiembre de 1976 Magdalena fue a casa de su madre,
Leonor, y la encontró tirada en la cama, golpeada, con tres costillas rotas.
Entonces supo que tanto su madre como su hermana habían sido secuestradas el
mismo día y que habían permanecido en el mismo lugar. Leonor fue liberada, y
conservó como prueba del cautiverio de su hija un rosario y cruz hechos con
soga por Mara, que le fue entregado por los hombres que participaban de su
detención. Después de ser liberada, Leonor inició la búsqueda de su hija;
consultó al Obispo de San Miguel, presentó recursos de Hábeas Corpus, concurrió
a la Plaza de
Mayo, conoció a las Madres y se unió a las Abuelas; nunca paró de buscar a su
hija y a su nieta. Magdalena conoció a su sobrina en el juzgado de Borrás, en La Plata. Ese día
concurrió con su hijo menor, que contaba con tres años entonces. Recordó que
fue un largo día, en el que veían como el personal del juzgado entraba y salía
y ellos esperaban ansiosamente por conocer a su pequeña sobrina. Su hijo lloró
y Elena preguntó quién era; quiso conocerlos: allí estaba la niña con su
delantal café con leche, los miró y aseguró: Sí, soy de ustedes, después de
haberlos mirado atentamente uno por uno. Después de ese encuentro, la inserción
de Elena en la familia fue fabulosa y en el primer año vivió muchos cambios, ya
que lo que la niña había vivido hasta entonces era muy negativo; nunca había
vivido un cumpleaños con alegría, con la libertad de poder invitar a quien
quisiera. Lo que resultó angustiante para todos fue la privación de la
identidad, las trabas que tuvo Elena durante muchos años para que sus
verdaderos datos filiatorios fueran reconocidos por el Estado, lo que le robó
la posibilidad de vivir muchos momentos de manera normal, ejerciendo la
plenitud de sus derechos. Su familia le hizo saber que su madre luchó mucho por
ella y que fue una niña muy buscada por toda la familia. Finalmente, Magdalena
agradeció la oportunidad de ser escuchada y de poder reivindicar a su hermana,
a quien le quitaron la posibilidad de ver crecer a sus hijas.
Después de un cuarto
intermedio no muy extenso, se escuchó la declaración de Analía Bernarda Gallinari, tía paterna de Elena. Comenzó relatando
que su hermano Miguel Ángel, Bocha, trabajó hasta 1975 en TENSA, una fábrica
metalúrgica que, a fines de la década del ´70 contaba con una gran proporción
de empleados desaparecidos. Sabía que Mara y Bocha militaban en Montoneros.
Luego recordó que vio a su hermano por última vez el día del padre del año
1976, en junio. A la semana siguiente fue secuestrado en Campo de Mayo mientras
iban en colectivo a su casa en San Miguel. Ella tenía entonces 12 años y vivía
con sus padres. Supo que su hermano pudo escapar del lugar en el que estaba
detenido diez días después. Pero dos semanas más tarde fue secuestrado
nuevamente. Su padre presentó un recurso de Hábeas Corpus en los juzgados de
San Martín. Sin embargo, pasaron los años y no tuvieron conocimiento de más
datos sobre lo sucedido con Miguel Ángel. Después de su secuestro, Mara
concurría con mucha asiduidad a la casa de sus suegros, ya que vivía en una
pensión cercana. La noche anterior a su secuestro, Mara cenó con la familia
Gallinari. Al día siguiente, por la mañana, una vecina llegó con las hijas de
Mara y supieron entonces que la joven había sido secuestrada. Analía rememora
que el hijo o hija de Mara era muy esperado por los Gallinari, ya que sus padres
no tenían nietos aún. Su madre, la abuela de Elena, conservó durante mucho
tiempo el ajuar que había hecho para cuando naciera. En los años siguientes,
Analía se relacionó mucho con Leonor Alonso, la mamá de Mara y en los años
subsiguientes se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo, tomando un contacto más
cercano con la actividad de búsqueda de niños desaparecidos. Afirmó que esto la
ayudó a entender muchas cosas que sucedieron cuando apareció Elena, ya que
hasta el momento todos los niños y niñas encontradas por las Abuelas habían
podido vivir, en mayor o menor medida, algún tiempo con sus padres. Elena, en
cambio, nació durante el secuestro de su madre, en un lugar por el momento
desconocido; nunca había estado con su familia y sólo tenía la vivencia de su
madre cuando aún estaba en su vientre. Indicó también que sus padres sintieron
alegría por conocer a su nieta, pero también mucho pesar por confirmar que su
hijo estaba desaparecido. Por su parte, Analía vivió la restitución de Elena
con mucha alegría y fue recordando algunas vivencias de su sobrina, quien poco
a poco fue incorporando a sus padres y las incógnitas de su historia en sus
dibujos. También que entre las primeras preguntas que Elena formuló, estuvo la
de si sus apropiadores habían matado a sus padres.
Destacó el apoyo
incondicional de Abuelas, la labor de todos los profesionales que los rodearon
y acompañaron en la experiencia y el amor que rodeó toda la búsqueda y los
esfuerzos hechos. En cuanto a su hermano, después de la restitución de Elena, a
través de una denuncia anónima, supieron que el nombre de Bocha estaba
registrado en el libro del Cementerio Santa Mónica de Merlo, Provincia de
Buenos Aires. Presentaron un recurso con el patrocinio de Mirta Guarino,
abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, solicitando la medida de no innovar sobre
las sepulturas en cuestión. Descubrieron en 1989 un expediente judicial en el
que constaban las actuaciones policiales de la época y fotos del lugar en el
que encontraron a su hermano sin vida; determinaron que los restos de Miguel
Ángel ya no se encontraban en el sitio registrado, pues habían pasado a un
osario común.
A continuación
declaró Ana Luisa Desmarchelier,
esposa de Guillermo, tío materno de Elena. Se centró fundamentalmente en el
proceso de integración que vivió Elena con su familia. Se refirió a la nueva
vida que representaba para la niña convivir con su tío, su esposa y sus primos,
quienes la acogieron con mucho amor y alegría. Destacó que en los primeros
tiempos a Elena todo le llamaba la atención, ya que encontraba el nuevo modo de
vivir opuesto al que había experimentado hasta entonces: pudo invitar a quien
quiso a sus cumpleaños, vestirse con ropa colorida, hablar en la mesa con
quienes la compartía, tomar sol. Muy pronto Elena aceptó todo lo nuevo; en sus
cuadernos escribió su verdadero nombre. Todos le confirmaban el amor con el que
sus padres la esperaban. Pero diez años de vida con su familia le habían sido
robados. Ana indicó que Elena parecía querer volver el tiempo atrás, ya que
tenía ciertas reacciones que correspondían a etapas anteriores de la infancia:
el reconocimiento del cuerpo propio y ajeno, las preguntas sobre el origen y el
nacimiento. Destacó además que Elena venía con muchos miedos. Uno de ellos se
reavivó cuando Madrid comenzó a llamar por teléfono a su casa. Sus temores
rondaban la idea de ser secuestrada nuevamente. Por su parte, su familia le
transmitía en todo momento confianza y la seguridad de que estaban a su lado
para defenderla.
Por último, se
presentó la señora Azucena Rosa de Gómez,
vecina y amiga de la médica Kirilosky, para asegurar que ésta es una “excelente
persona”. La médica vive en el mismo domicilio desde el año 1979, estaba
separada, tenía dos hijas y, según su vecina, siempre llevó una vida común.
Esta última no hizo ninguna referencia a los certificados falsos de nacimiento
suscriptos por la imputada.
Se pasó a un cuarto
intermedio hasta el próximo viernes 12 de julio de 2013 a las 10.00 hs. Se
espera para entonces la incorporación de prueba, los alegatos de las partes y
el veredicto.
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